Comentario
Diego Rodríguez de Silva Velázquez, hijo de Juan Rodríguez de Silva y de Jerónima Velázquez, fue bautizado el 6 de junio de 1599 en la parroquia de San Pedro de Sevilla, ciudad en la que había nacido pocos días antes. Aunque sus padres eran sevillanos de modesto origen, por vía paterna sus raíces se hundían en turbios linajes portugueses, vergonzantes para las futuras aspiraciones nobiliarias. Fue el primogénito de una familia de siete hermanos de economía modesta que tuvo que sobrevivir en una Sevilla en declive, azotada por entonces con pestes, hambres e inundaciones, que incidieron en la maltrecha economía tras la expulsión de los moriscos.
Con unos once años, Diego Velázquez -pues habitualmente utilizó el apellido materno- fue puesto a aprender el oficio de pintor, primero con Francisco Herrera y luego, desde diciembre de 1610, en el taller de Francisco Pacheco. Como todas las relaciones contractuales del momento, el aprendizaje del oficio iba unido a otros trabajos de pura servidumbre doméstica: el aprendiz se integraba en la familia del maestro y recibía enseñanza, comida y vestido. Frente al mal genio de Herrera -su propio hijo, pintor, huyó del hogar paterno-, Pacheco era hombre más reflexivo y heredero espiritual de las tradiciones humanistas de las academias sevillanas del Renacimiento, además de pintor influyente por sus relaciones con el Santo Oficio.
En los cinco años que duró el aprendizaje, cuyo contrato fue suscrito el 27 de septiembre de 1611, con efecto retroactivo desde diciembre del año anterior, el ambiente del taller de Pacheco, práctico y a la vez preocupado por los ideales iconográficos de la Contrarreforma, fue proporcionando al joven Velázquez buena formación técnica y amplia información teórica, imprescindibles para superar con su genio innato los modestos resultados pictóricos de su maestro. Esta formación se basó, según narra el propio Pacheco en el "Arte de la Pintura", en el estudio del natural, es decir, en la copia o interpretación de modelos humanos (figuras, retratos) y objetos inertes (bodegones) que son los dos aspectos más sobresalientes de la primera producción independiente de Velázquez, en la que el fuerte aire naturalista y cotidiano, de recetas compositivas muy simples, se presenta con una técnica individualizada, muy moderna para la Sevilla del momento.
Poco más de quince meses habían transcurrido desde que finalizara el contrato con Pacheco, cuando la madurez en el oficio de pintor fue sancionada con un examen gremial el 14 de marzo de 1617, autorizándosele desde entonces a Velázquez el ejercicio público del mismo, la apertura de taller y la admisión de aprendices. El gremio velaba oportunamente por la calidad, que no residía tanto en el genio, como en el cumplimiento de las reglas. Así que por los mismos años intentaba impedir que Zurbarán ejerciera el oficio en Sevilla, pues no había sido examinado.
El afianzamiento profesional fue la puerta abierta a otros sucesos relevantes, en especial la formación de su futura familia mediante el matrimonio con Juana de Miranda Pacheco, hija mayor de su maestro, que tuvo lugar el 23 de abril de 1618. La familia fue creciendo con el nacimiento de sus hijas Francisca (1619) e Ignacia (1621), sin contar con los aprendices del nuevo maestro, con Diego de Melgas, admitido en 1620, o el aldeanillo que hacía de modelo en las composiciones de Velázquez y cuya imagen surge con frecuencia en las obras sevillanas.